La bombilla incandescente, también conocida como bombilla de filamento o lámpara incandescente, es un dispositivo de alumbrado eléctrico cuyo funcionamiento consiste en un filamento muy fino de tungsteno (en sus inicios solía ser de otros materiales) que emite luz al ser calentado por efecto Joule hasta ponerse al rojo blanco, mediante el paso de corriente eléctrica. Este filamento está encerrado en un bulbo o ampolla de vidrio para protegerlo de la oxidación, en el que se ha hecho vacío o se ha rellenado de gas inerte (normalmente argón o kriptón), para impedir que el filamento se volatilice debido a las altas temperaturas que alcanza.
La base del bulbo está unida a un casquillo metálico, que es la parte de la bombilla que sirve para fijarla en un portalámparas. Hay una gran variedad de tamaños y formas de casquillos, que aunque han sido establecidas para las bombillas incandescentes, siguen siendo usadas hoy en día para el resto de tipos de bombillas.
La historia de la bombilla incandescente comienza en 1761, año en el que el inventor inglés Ebenezer Kinnersley, llevó un filamento metálico a la incandescencia. Este descubrimiento sirvió de base para que años después, en 1835, el belga Marcellin Jobard inventase la primera bombilla incandescente, y en 1841, el británico Frederick de Moleyns consiguió la primera patente por una. Tras él, otras 21 patentes de bombillas incandescentes fueron otorgadas a numerosos inventores de distintos países, aunque por diversos motivos ninguna de ellas fue comercializada.
Todo cambió entre finales de 1879 y principios de 1880, época en la cuál se registraron las dos primeras patentes de bombillas incandescentes, ambas de filamento de carbono, que serían comercializadas: en primer lugar la del británico Sir Joseph Swan, y después, la del americano Thomas Alva Edison. Aunque las primeras bombillas en ser instaladas y vendidas fueron las de Swan, por diversos motivos las compañías de ambos acabaron fusionándose, y solamente Edison sería recordado por el público general como el padre de la lámpara eléctrica.
Durante los años posteriores, la bombilla incandescente, cuyo filamente de carbono fue sustituido por uno más eficiente de tungsteno (tambien conocido como wolframio), se convirtió en un invento imprescindible para la humanidad, siendo considerado sin duda uno de los inventos más utilizados desde su creación hasta la actualidad. A pesar de esto, con el paso del tiempo, las desventajas de la bombilla incandescentes fueron haciéndose cada vez más evidentes, destacando entre ellas su poca eficiencia energética, ya que solamente entre un 5 y un 15% de la energía que consume es convertida en luz, mientras que el resto se pierde en forma de calor. Además, su vida útil no es muy larga y no tiene una buena reproducción de colores, al no emitir en la zona del espectro visible de los colores fríos.
Por tanto, fueron apareciendo poco a poco alternativas a este tipo de bombillas, más eficientes y con una mayor vida útil. Primero llegaron las halógenas. Después, las fluorescentes o de bajo consumo. Y por último, las basadas en la iluminación LED, que en la actualidad son las más eficientes de todos los tipos de bombillas y lámparas, con un rendimiento energético un 80-90% mayor que las incandescentes, y una vida útil hasta 25 veces más larga.
En busca de una gran mejora de la eficiencia energética, de la calidad de la iluminación y de una gran disminución de la contaminación, entre los años 2009 y 2012, fueron prohibidas escalonadamente la fabricación y distribución de los distintos tipos de bombillas incandescentes tradicionales en la Unión Europea, mediante la Directiva 2009/125/CE.